Querido diario:
Por
primera vez desde que llegué, la Eva hoy no me ha hecho mucho caso. Y no es que
me haya dejado de querer, qué va. Todo tiene su explicación.
En
la mañana la Eva y la Carmencita se pusieron a jugar con la cocinita a que eran
las mamás y nos hacían la comida a la Core y a mí. Me encanta la cocinita. Tiene
su frigorífico y armarios con sus puertecitas que se abren y cierran, y un
fregadero y una cocina con su horno, platitos y cucharitas muy pequeños y una
ventana pintada sobre el fregadero, con sus cortinas y flores pintadas también.
Es muy bonita. Se produjo un pequeño momento de tensión cuando la Carmencita
fue a sacar un pollo imaginario del frigorífico para nuestro almuerzo y se
quedó con la puerta en la mano, el juego se interrumpió por unos momentos y
casi entran en pánico las dos al pensar que ya se les había roto para siempre
su cocinita, pero la Maribel puso la puerta otra vez, quedó como nueva y seguimos
jugando tan contentas.
Lo
estábamos pasando muy bien cuando llegó la mamá de hacer la compra y les traía
una sorpresa: un Samba para cada una. El Samba es una chocolatina por la que se
pirran las tres pero muy pocas veces la comen porque la mamá dice que eso son
galguerías y que hay que comer lentejas y cocido y comida de verdad y no esas
cosas, y por eso no les compra nunca, pero hoy sí lo hizo. Así que las niñas se
pusieron muy contentas. Pero aún trajo algo más, y este fue el motivo de la
distracción de la Eva. Después de darles el Samba se volvió para la Eva y le
dijo: “Toma, esto me lo ha dado la vecina para ti, que te los presta”. “Esto”
eran un montón de tebeos de Mortadelo y Filemón, pero de los gordos, de los
especiales que traen más páginas e historietas más largas. La Eva casi se cae
de espaldas de la impresión, porque no se lo esperaba. Sus ojos se abrieron
como platos al tiempo que exclamaba: “¡Tebeos!”. Y, rápida como el rayo, le
quitó el montón de las manos a la mamá y se fue corriendo al sofá, donde se
sentó y se puso a leer el primero con el montón al lado. Y nos dejó plantadas a
mitad del juego, sin decir ni adiós, a mí, a la Core y a una acongojada
Carmencita que empezó a hacer pucheros al verse tan repentinamente abandonada.
Yo quiero mucho a la Eva, pero eso estuvo feo. Si hasta la mamá le dijo: “pero
sigue jugando con tu hermana, ya los leerás después”. Pero nada, la Eva ya no
oía ni estaba en este mundo, y no le insistieron más, ya la conocen.