Querido diario:
No
te vas a creer lo que ha sucedido, ¡uy, cuando te cuente! No sé ni por dónde
empezar, todavía estoy en shock. Me siento como las heroínas de esas novelas
decimonónicas que lee la Maribel, que un día son reinas y señoras en la corte
de un poderoso rey y al día siguiente son arrojadas al arroyo y mendigan
descalzas un pedazo de pan lamentando su destino. Igualita.
Bueno,
no tanto, pero es para que te hagas una idea.
No,
no te preocupes que no he vuelto al altillo del armario, aunque qué quieres que
te diga, ganas de esconderme sí que me dieron cuando pasó lo que pasó y
apareció quien apareció.
¿Y
quién apareció, eh, quién apareció? Pues la que menos me esperaba, que es que
yo ya ni me acordaba de ella, que no te lo vas ni a creer, ni yo todavía me lo
creo tampoco. Te cuento, te cuento como fue, que te vas a caer de espaldas.
Pues
ayer, al anochecer, la familia salió un rato al bar de los hermanos Campos a
tomar el fresco en su terraza después del día tan caluroso que hizo, y yo me
quedé en casa. A mí no me llevan, pero es para que no me manche, no porque no
me quieran, que yo soy todo para la Eva, lo más importante en su vida. Como te
iba contando, estaba yo tan tranquila en compañía de los demás juguetes del
cuarto cuando de repente, se hizo un murmullo y un “¡Ooooooooh!” de admiración
y yo, “¿qué pasa, qué pasa?”, que todavía no veía lo que pasaba, y todos “qué
guapa, qué mona es esta chica, y siempre tan bien vestida, qué estilo, qué
clase tiene, es que va siempre de punta en blanco” y de repente, veo que entra
por la puerta: ¡La Lesly!
¡Era
la Lesly!
Mi
hermana pequeña. Sí, esa, ni más ni menos.