Querido diario:
Estoy muy contenta, ¡por fin tengo dueña! ¡por fin tengo una familia! ¡por fin
tengo casa!
Lo que no me tiene tan contenta
es el lugar de la casa donde me han puesto. Cuando te cuente lo entenderás.
Pues ayer estaba yo tan tranquila
en el escaparate de la librería García, a la espera de una niña que quisiera adoptarme
como su amiga fiel. La librería había cerrado para el almuerzo y yo estaba un
poco adormilada: había pasado toda la mañana en tensión, posando con mi mejor
cara para que todos vieran lo hermosa que soy y estaba agotada, además, estamos
a fines de junio y el calor casi llegaba a los cuarenta, en la calle no pasaba
un alma, así que decidí relajarme hasta que volvieran a abrir después de la
siesta.
En estas estaba cuando una niña y
su papá, que la llevaba de la mano, se pararon ante el escaparate. Por un
momento me puse en guardia, pero en seguida me di cuenta que no me miraban a
mí, sino a otra muñeca. Una flaca ordinaria con cuatro pelos, de esas que se
despeinan con mirarlas, de las malas, qué te puedo contar, yo ni la he mirado
desde que llegué a la tienda, pero con un perchero lleno de ropita de colores en
su caja. La niña la señalaba y le decía al papá que esa era la que quería, que
tenía muchos vestiditos, “sí, muchos, ¡pero más malos! ya te decepcionarás
cuando abras la caja en tu casa y se te empiecen a deshacer en dos días”, pensé
yo, un poco picada porque no se hubiera fijado en mí, para qué te voy a
engañar. Y ya me volví a adormilar y no me di cuenta ni cuando se fueron.
Bueno, pues esta mañana vino a la
tienda una mujer de melena cardada que pidió ver esa misma muñeca, “Pues sí que
tiene éxito la mosquita muerta esta, no me lo explico” me dije para mis
adentros, “bueno, mejor, a ver si se la llevan de una vez y deja de hacerme la
competencia”. Pero al momento me acordé de la niña “Ay, pobrecilla, se la va a
quitar”, porque igual yo soy de buenos sentimientos y me daba pena, tan
ilusionada que estaba con los vestiditos. En estas estaba cuando oí que la
señora decía que a su niña le había gustado, que la quería, y ahí fue que me
fijé que se parecía mucho a la niña de ayer, “ya está, es la madre que viene a
comprársela, ¡uf! menos mal”. Sí, me alegré por la chiquilla, de corazón. A mí
los niños me pueden, la verdad.
Pero algo no iba bien. La mamá
cogía la caja de la flaca sin decir nada, la miraba, la remiraba, le daba
vuelta, se la acercaba, la alejaba… para qué estamos, que no le gustaba, su
desagrado era más que evidente. “Tiene mejor gusto que la hija”, pensé yo,
disfrutando la situación. La soltó en el mostrador, se resistía a comprarla. Y
entonces empezó a mirar a su alrededor, en silencio y muy detenidamente, todos
los juguetes de la tienda. Renuncio a describirte la situación, fueron unos
momentos de tensión horrorosos: todos aguantando la respiración, hasta el Geyperman,
y eso que sabía que no tenía ninguna posibilidad. No se oía una mosca.
Hasta
que me vio a mí. Ahí la cara le cambió, se detuvo y pidió verme más de cerca. ¡Hubieras
oído los comentarios! Que si “qué bonita es esta Nancy”, que si “ni punto de
comparación con la otra”, que si “es más buena y de mejor calidad”… Y la
vendedora por su parte pinchando, que “sí señora, es de fabricación nacional,
vea qué calidad”. Ella con su interés, como que soy más cara que la otra y le
conviene más la venta, pero eso no le quita razón, ¿eh? La mamá me miraba con cara
de por-fin-he-encontrado-lo-que-buscaba y yo, mareada y halagada con tanto
piropo, pensaba “Esta señora entiende, esta señora sabe, tiene criterio, tiene
estilo, ¿No se da un aire a Grace Kelly?”. Fue un momento glorioso. Aún así, en
sus ojos se notaba la batalla en su interior, entre satisfacer los deseos de su
hija o ignorarlos por completo, como suelen hacer las madres, y llevarle lo que
sabía que era mejor para ella, y que, casualmente, coincidía con sus propios
deseos. Hizo lo que suelen hacer las madres. La batalla duró dos segundos y
gané yo. Como no podía ser de otra manera. “¡Esta!”, dijo con firmeza, sin
dudas ni remordimientos. Y ese palmetazo en el mostrador marcó mi destino para
siempre.
¡Qué felicidad tan grande! ¡Qué
ilusión! ¡Y qué incertidumbre a la vez! Esto no fue como me habían contado. Siempre
imaginé mi adopción como un flechazo entre una niñita y yo, un romántico
encuentro en que ella me vería en el escaparate y, al instante, sabría en su
corazón que yo era la única, que ya no había otra para ella más que yo y que éramos
la una para la otra. Me llevaría con ella y ya no nos separaríamos jamás, las
dos unidas, felices para siempre… Pero resulta que el flechazo fue con la mamá,
¿esto no será un poco antinatural? me preguntaba, ¿me querría la niña? Porque
ella ni me había visto. A ver si ahora iba a hacer una pataleta porque no era
la muñeca que quería, ¿me cuidaría? ¿y si era una rompemuñecas sin escrúpulos? Imagínate
los nervios y la mezcla de emociones hasta que llegué a la casa, que fue pronto,
porque estaba a dos calles de la librería.
Cuando llegamos, la niña salió
corriendo a recibirnos, toda ilusionada, con otra niña un poco más pequeña corriendo
detrás de ella. La mamá me plantó directamente ante sus ojos, así a bocajarro,
sin prepararla ni avisarla de un pequeño cambio en los planes ni nada, y la
niña, que ya tomaba impulso para cogerme se detuvo con los bracitos a medio
camino y con cara de “aquí ha habido un error”.
-
Pero mamá, te equivocaste, esa no es
la que yo te dije.
Se me encogió el corazón, ay, qué
vergüenza, yo allí en mitad, cuestionada en todo mi ser, “a ver cómo acaba
esto” pensé.
-
Sí, ya lo sé, -dijo la madre con voz
autoritaria-, pero es que la otra era muy mala, los vestidos eran de tela
cebolla, muy mala calidad.
Qué dura, no se cortaba un pelo.
La niña tenía cara de agobio. Pobrecilla, de verdad, me dio pena.
-
En cambio, mira esta -y ahí cambió y
empezó a hablar con voz dulce, suave, mientras movía la caja delante de los
ojos de la niña con lentos e hipnóticos movimientos-, mira qué bonita es, se
llama Nancy y mira qué pelo tan largo y bonito de princesa tiene, y es rubia,
como tú, y este vestido de bambula rosa, largo hasta los pies como a ti te
gustan, y la cinta de terciopelo con florecitas que lleva en la cabeza, a juego
con el cinturón del vestido ¿no es preciosa? Mira, mírala bien, mírala…
¿Quién podía resistirse? Mientras
hablaba la madre la niña me miraba fijamente, sin pestañear, y su carita se iba
iluminando, mientras un “¡Aaaaaaaah!” muy bajito salía de su boca. Y ahí fue el
flechazo fulminante que siempre soñé y que la hizo caer perdida de amor a mis
pies. Qué tierna, la amé desde ese mismo momento.
-
¡Siiiiiiiiii! –dijo- ¡qué bonita es! ¡Es
una princesa! – Y de nuevo tendió sus manitas para cogerme, muy feliz y muy
ilusionada.
-
¡Ah, no! –dijo la madre aferrándome
como si en vez de su hija tuviera en frente a un macarra que quisiera robarle
el bolso.
Segunda mirada de desilusión de
la niña y segunda vez los brazos vacíos esperando en el aire su regalo que, por
lo visto, no iba a llegar nunca. Solo que esta vez la sorpresa fue compartida,
yo me quedé igual que mi dueña, sin entender nada. Y ahí la mamá soltó la frase
que nos mató a las dos y que nos tiene hundidas desde entonces:
-
Es que esta muñeca no es para jugar,
es para guardarla, porque es muy bonita y la puedes romper.
“¿Cóoooomo?” pensé yo, “¿cómo que
para guardarla? ¿De qué hablas? ¿Pero tú de qué vas? Oye, no, no me hagas esto,
no me dejes en la caja”. La cara de horror de la pequeña era indescriptible,
reflejaba todo el dolor de un ser humano al que acaban de subir al cielo solo
para mandarlo de una patada al infierno y, antes de que le diera tiempo a
reaccionar, la madre ya había salido a la velocidad del rayo y me había
guardado en el altillo del armario, donde la niña no llega ni subida a la
silla. Ha sido todo tan rápido que no nos hemos dado ni cuenta.
¿Cómo te has quedado?
Y aquí me han puesto sin sacarme
de la caja siquiera, en el altillo del armario, delante de la caja con las
figuritas del Belén y entre una doña Rogelia y un payaso Fofó, que parece que
este el lugar de honor de los juguetes VIP que hay que conservar, intactos,
según parece. Y la niña se ha quedado abajo, que la veo por la rendija de la
puertecita, sentada en la cama, y no deja de llorar y de decir que soy su
regalo de buenas notas, que sacó sobresaliente en primero y ha sido muy buena,
y que tengo que ser para ella, que me quiere y que por favor mamá dame mi
muñeca, que voy a cumplir siete años y ya soy grande y la sé cuidar y no la voy
a romper. La escena me rompe el corazón. Y su hermanita mientras sentada a su
lado, apoyándola, pero sin decir nada, porque de vez en cuando viene la madre y
amenaza con darle un tortazo si no se calla, pero ella no se calla. Claro que
la madre tampoco la oye, porque se ha ido a la cocina a hacer la comida y ha
cerrado la puerta y ha puesto la radio. Esa mujer no tiene corazón.
Qué crueldad más grande hacia un
niño, de verdad. La pobrecilla me ha visto treinta segundos con suerte, es que
no la ha dejado tocar ni la caja, yo creo que ya no se acuerda ni de mi cara. Esta
madre es muy mandona, ya sé que todas lo son, pero esta lo es más todavía,
tendrá gusto y estilo y todo eso, pero lo dicho, no tiene corazón.
Y aquí estamos, ella ahí, en plan
no-nos-moverán, y yo mientras mandándole buenas vibras y ánimos mentalmente,
para que no desfallezca, porque su lucha es mi única salvación.
Qué angustia, qué incertidumbre,
no sé qué va a pasar.
Qué pena de Nancy. ¿Qué pasa después?
ResponderEliminarLe va a ir bien, ya verás.
ResponderEliminarPobre, espero que salga pronto, por la foto no sé si ha estado muy bien cuidada o muy bien guardada....
ResponderEliminarCreo que las dos cosas, jajaja
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